domingo, 22 de agosto de 2010

¿Qué nos pasa?


Euskadi...
Llevo días desde que la abandoné con un sentimiento agrio y a la vez dulce que me revuelve y emociona.
Hacía tiempo que un viaje no me cambiaba tanto, no me tocaba tanto. Un sinfín de estímulos que me han revuelto el lodo que ya había decantado. Chillida Leku, el Guggenheim... Pero no voy a hablar ahora de ésto (aunque prometo hacerlo en pocos días). Hablo más bien, ahora, de un sentimiento percibido entre los vascos. De no queridos, de no deseados en el resto del país. ¿Qué nos pasa? Un pueblo que no se siente querido, que siente que se manipula la información que nosotros recibimos.
Por nuestro lado percibimos muertes y, hay que confesarlo, una información más que manipulada que nos transmite miedo a la hora de viajar a Euskadi.
¿Y los vascos? Y los vascos luchan, luchan muchos de ellos para cambiar esa impresión. Pero otros no, otros jamás harán este esfuerzo.
¿Y nosotros? Unos viajamos tímidos a Euskadi para comprender o tratar, al menos, de acercarnos para comprender. Otros, jamás viajarán, tampoco harán el esfuerzo de acercarse...
¿Qué nos pasa? Es imposible un acercamiento... y aquí deviene el sentimiento agridulce...

Hacía tiempo que no recibía una lección de humanidad y ha sido precisamente aquí, en Euskadi, a través de un hombre sencillo, capaz, sin embargo, de mirar más allá de lo que le rodea.
Se nos había estropeado el coche y no sabíamos si podríamos seguir un viaje que acababa de comenzar y pretendíamos prolongar en Andorra una semana después. Pasamos la mañana visitando concesionarios que de ninguna manera hicieron algún esfuerzo, no ya por arreglarlo, sino por hacer un diagnóstico que nos permitiera tomar alguna decisión. Volvimos a casa con ánimo más que abatido y un propósito de no volver más a Euskadi.
Pero claro, la idea de volvernos al comienzo de las vacaciones a casa hizo que me sentara en el porche con una larga lista de teléfonos de concesionarios en Euskadi y comenzara a llamar uno a uno para contarles nuestra situación.
Al final un chico con el característico acento vasco me dijo que me tranquilizara, que todo tenía solución, "esta tarde nos conocemos", se despidió. En efecto, esa misma tarde le llevé el coche: en 20 minutos había hecho el diagnóstico y, afortunadamente, en una hora más lo teníamos arreglado.
Hacía unos años, este chico se había visto en la misma situación que yo pero alrevés. Él fuera de Euskadi, "en España", y nadie le quería arreglar el coche, y él pensaba: "¿tan mal caemos los vascos? ¿Qué nos pasa?"
Al final un taller pequeñito, como el suyo, se lo arregló y él vovió a Euskadi con el firme propósito de hacer lo mismo desde su taller, ayudar, sobre todo, al de fuera que pueda tener problemas, porque está convencido de que esa es la solución.
Su taller estaba lleno de coches que esperaban ser arreglados a una semana de que se fuera de vacaciones y sin embargo no entendía ni concebía que en ningún taller hubieran perdido los pocos minutos que le había costado a él ver qué le pasaba al coche.

¿Qué nos pasa? Sólo con gente como este chico puede tener solución este preblema, pero sería una inocente si pensara que puede haber solución. No, no lo hay. Este es el aspecto agrio de esta historia... aunque el dulce es que de vez en cuando, en la vida, puedas encontarte espirítus sencillos y nobles como el de este hombre...